El cardenal Pietro Parolin, saluda a otro compañero durante la misa de hoy previa al cónclave donde se elegirá nuevo papa

El cardenal Pietro Parolin, saluda a otro compañero durante la misa de hoy previa al cónclave donde se elegirá nuevo papa EFE

Opinión

La última monarquía electiva europea

Los cardenales de la Iglesia católica menores de ochenta años se reúnen en el Vaticano estos días para elegir al Papa

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El mecanismo es bien conocido: los cardenales de la Iglesia católica menores de ochenta años se reúnen en el Vaticano estos días para elegir al Papa. En realidad, eligen a la cabeza de dicha iglesia, pero también al jefe de un Estado con el que mantienen relaciones diplomáticas 180 países. Ese jefe de Estado es un auténtico fósil histórico, lo más parecido a las monarquías que gobernaron el continente europeo hasta finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX.

Decía Benedicto XVI en 2005 que el Papa había que entenderlo no como un monarca absoluto cuyo pensamiento y voluntad eran ley, sino más bien como un catedrático de la palabra de Cristo. De dicha función, la potestad de la enseñanza de la palabra divina, es, argumentaba Ratzinger (que de esto sabía), de donde deriva la verdadera auctoritas del Papa. Por auctoritas entiéndase de autoridad reconocida, no la impuesta.

Que no sea absoluto no significa, sin embargo, que no sea un poder monárquico. De hecho, algo similar decían de sí mismos los reyes europeos y sus exégetas: que su poder no era absoluto en el sentido de caprichoso y arbitrario, sino en el de situarse por encima de la ley y no estar limitado por ella. No era caprichoso y arbitrario, se argumentó repetidamente, precisamente porque el rey podría estar por encima de la ley (legibus solutus), pero no del derecho (iuribus solutus).

El zar, por ejemplo, era dueño patrimonial de todo el reino, el príncipe cristiano europeo, no

Tal era la diferencia con los tiranos, que se desentendían tanto de la ley como del derecho (también del natural y el divino). El zar, por ejemplo, era dueño patrimonial de todo el reino, el príncipe cristiano europeo, no. Eso mismo ocurre con el Papa, a su modo: su pronunciamiento es normativo con independencia de las normas hasta entonces existentes (vamos, que las puede cambiar a voluntad), pero está limitado por su compromiso con la palabra divina de la que ostenta la cátedra suprema.

Es importante tener presente esta idea de la autoridad pontifica para entender bien el funcionamiento del cónclave. Está formado por lo que podría tenerse por la alta nobleza eclesiástica, aquellos que bien podrían decirse pares del Papa, puesto que cualquiera de ellos podría serlo.

Entre sí se llaman hermanos, es decir, quienes están en la misma línea de autoridad. De ahí ha de surgir el nuevo príncipe máximo de la Iglesia, puesto que, por razones evidentes, en esta monarquía no cabe la idea de linaje y sucesión hereditaria, que fue la solución más práctica que encontraron las monarquías europeas para reproducirse, abandonando la mayoría el sistema electivo entre la nobleza. Sin embargo, el principio electivo siguió funcionando en casos muy relevantes, como el del Sacro Imperio Romano Germánico o el Reino de las Dos Naciones de Polonia y Lituania.

Como no era cosa del populus la elección de su príncipe, tampoco lo es de la ecclesia la de su Papa

Como en aquellas monarquías, el principio electivo en el caso de la Iglesia católica no tiene absolutamente nada que ver con un principio no ya democrático, sino tampoco participativo de la comunidad gobernada. Como no era cosa del populus la elección de su príncipe, tampoco lo es de la ecclesia la de su Papa. La participación se reduce a los pares, los nobles o altas dignidades en un caso, los cardenales en el otro. El elegido es, así, un primus inter pares.

Se trata, por lo tanto, de una especie de lores eligiendo rey y, por ello, su primera preocupación es preservar la monarquía. Esto hace que la ideología juegue de manera muy diferente a como lo hace en una elección popular y recurrente, porque aquí, por decirlo así, entra en juego solo cuando se han despejado otras variables que afectan a la institución pontifical en sí.

Por ello, en los previos a esta elección oímos cómo se ponderan cuestiones como la edad, la procedencia o, sobre todo, la experiencia. Las congregaciones de cardenales previas al cónclave —en las que también participan los mayores de ochenta años—, son el espacio de sociabilidad política donde se va conformando una pura elección aristocrática.

Esa es la razón de la incertidumbre que rodea siempre una sucesión pontificia. Si fuera una cuestión meramente ideológica, la cosa estaría más bien clara, sobre todo porque es el Papa el que crea cardenales (Francisco ha sido especialmente diligente en ello). Pero estamos ante la última monarquía electiva de Europa y lo primero es preservar dicha monarquía que dirige ni más ni menos que la iglesia cristiana más numerosa del mundo.